23.8.09

Joseantonio en China(8). La República Popular a través del cm2 del visor de mi cámara. Suzhou.

8º día
27 julio, lunes Madrugón. Como cada día, los isleños canarios me tienen reservado, gentilmente, el lugar junto a ellos en los desayunos. Igualmente, que me voy dando cuenta, en todos y cada uno de los restaurantes que llevamos utilizados. Es un lujo y un privilegio enorme tener compañeros de viaje como ellos. Desayuno, como siempre, mi Nescafé traido de casa, y procuro seguir los consejos de Carmen para que haga una colación abundante. En autobús me llevan a la estación de ferrocarril de Shanghai, donde coincido con una viajera, española, vasca, y me cuenta sus anécdotas, mientras espero en la atestada sala de embarque para tomar una versión china del AVE, que me traslada hacia nuestro destino programado, en dirección al norte, Suzhou, una ciudad de seis millones de habitantes, en pleno delta del Yangzte. ME espera Wu, un chicarrón con gafas de carey, negras, y pinta de empollón, nuestro guía local, quien me explica las características de la ciudad. La primera visita es un precioso lugar donde se encuentra una vieja pagoda inclinada. Una pagoda con 108 escalones, representando ciento ocho problemas a ascender para resolverlos. El tiempo es inestable y amenaza lluvia, pero me conformo con la filosofía china del equilibrio, del Yin y del Yang, de que todo lo malo tiene su parte de bueno. Después de visitar y ver gran parte de los diez mil bonsáis, entre ellos uno con cuatrocientos años, entro a visitar los tres budas que representan las tres consabidas etapas de la vida. Buda sobre flor de loto. Wu me comenta que el 90% de los ratones que corretean por el mundo, o sea, digo yo, de la familia de los roedorescyberordenatorum, están fabricados en esta ciudad. Paseo, en un inolvidable viaje, por uno de los canales de Suzhou, y veo el Yin del Yang, es decir, la parte pobre de la ciudad, las traseras de las casas sobre el canal, y las tareas domésticas del pueblo: la señora que se afana en fregar un caldero en cuclillas sobre el canal; el pescador meditabundo, somnoliento sobre la caña; la señora en bici con la compra en una cesta sobre el manillar. Y la estrella de la excursión: un mercado portuario donde se vende lo que a mi me choca, pero menos: anguilas, serpientes, ranas, todo vivo, y un muestrario de comida y alimentación como poco, peculiar. Me hago fotos, mientras me entero un poco de la vida de Sofi, que es maestra de “parvulitos”; y de Olalla, todo una jefa de bibliotecas de su ciudad, Las Palmas de Gran Canaria. Después de comer, muy bien por cierto, visito el Jardín del Pescador, un precioso lugar, donde compro dos cuadros en seda, el verano y el invierno, y debido a las prisas me dejo las otras dos estaciones. Pienso que es una pena, pues van a quedar, preciosos una vez enmarcados. A ver si vuelvo a China y compro el resto de la serie… Por la tarde, Wu me deja tirado en mitad del andén, rodeado por miles de usuarios del tren bala, y dudo en ubicarme en el lugar correcto, justo enfrente de la puerta que corresponde en el tren de regreso a Shanghai. Momentos de confusión, aunque en el último suspiro me coloco intuitivamente justo enfrente del vagón. Llego a Shanghai y sonrío, como creo que todos, a Lou, que me espera maternalmente en la estación. La he echado de menos. Visito el Museo de la Seda, donde rememoro mi niñez cuando cuidaba mi generación de gusanos de seda que llevaba conmigo a todas partes en el interior de una cajita de hojalata roja, agujereada convenientemente, de Laxen Busto, y veo, observando el museo, que los gusanos continúan cumpliendo con su obligación de miles de años, aunque este pueblo sabio ha sabido rentabilizar lo que para mi y mi generación no pasaba de ser un observatorio del ciclo milagroso de la vida, de gusanos: salir del huevo; alimentarse con hojas de morera y engordar; convertirse en libélula, fabricando trescientos metros de hilo de seda en la que se envuelve; transformarse en mariposa; salir del capullo para hacer “algo” que nadie quiso enseñarme… y poner los huevos de los que vuelven a salir otros gusanos y así desde tal vez millones de años. Entonces me doy cuenta de que yo estuve haciendo lo mismo que los chinos, sin saberlo. No dudo en encargar un edredón de seda que lo dejan en la mínima expresión comprimida para poderlo trasportar sin apenas volumen. Al atardecer, la eficiente Lou me lleva a ver y sentir un vehículo de otro siglo y otro mundo, casi de ciencia ficción: el MAGLEV, o dicho de otro modo, el Tren de Levitación Magnética, que recorre los 30 Km. desde la ciudad al aeropuerto a la velocidad del viento huracanado. Así pues, me pongo a 300 Km. por hora -sin doble sentido- para alcanzar en 8 minutos mi destino. A mi lado, los coches de la autopista paralela iban a paso de carreta. Increíble pero cierto, y una experiencia maravillosa que debo agradecer a Lou, a pesar de haber sido puesta en entredicho por presuntos malentendidos de algunos compañeros. Al unísono se acuerda apoyarla en los planes que previamente habíamos acordado con ella. Pero ahí no acababan las sorpresas. Mis oídos se resintieron cuando ascendí al piso 88 del edificio Jin Mao a una velocidad de vértigo, que fue lo que exactamente sentí cuando me asomé, no hacia la impresionante vista del skyline de Shanghai en la noche reconvertida en una inmensidad de luz que forman los centenares de edificios de la metrópoli, sino al interior del gigantesco edificio donde me encontraba. Ochenta y ocho plantas hacia el vacío en forma de cilindro sobre el que, venciendo el vértigo, me asomo, cristal por medio, para dejar constancia de la exageración de la obra humana. Recuerdo El coloso en llamas, y un escalofrío me recorre la columna vertebral. Cuando ahora veo el edificio, en cristal, en miniatura, girando en medio de un halo de luz, encima de mi tele, recuerdo el momento mágico de Shanghai a mis pies. Shanghai, a mis pies… Cenamos, mal, y regresamos al hotel. Mañana, más…

1 comentario:

  1. Sigo embobada con tu relato. Me he perdido el relato de unos días d viaje, así me quedan por leer del cuarto al séptimo, mañana lo haré, ando escasilla de tiempo.
    Las fotos ilustran perfectamente el texto que tan ricamente describe ese maravilloso viaje.
    Mañana te sigo leyendo

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